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¶ Cuando descendió del monte, le seguían muchas personas.

Y he aquí un leproso vino, y le adoraba, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme.

Y extendiendo Jesús su mano, le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y luego su lepra fue limpiada.

Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie; mas ve, muéstrate al sacerdote, y ofrece el presente que mandó Moisés, para que les conste.

¶ Y entrando Jesús en Capernaum, vino a él un centurión, rogándole,

y diciendo: Señor, mi criado yace en casa paralítico, gravemente atormentado.

Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré.

Y respondió el centurión, y dijo: Señor, no soy digno de que entres debajo de mi techado; mas solamente di con la palabra, y mi criado sanará.

Porque también yo soy hombre bajo potestad, y tengo debajo de mi potestad soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi esclavo: Haz esto, y lo hace.

10 Y oyéndolo Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe.

11 Mas yo os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, e Isaac, y Jacob, en el Reino de los cielos;

12 mas los hijos del Reino serán echados en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.

13 Entonces Jesús dijo al centurión: Ve, y como creiste te sea hecho. Y su criado fue sano en la misma hora.

14 ¶ Y vino Jesús a casa de Pedro, y vio a su suegra echada en cama, y con fiebre.

15 Y tocó su mano, y la fiebre la dejó; y ella se levantó, y les servía.

16 Y cuando llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados; y echó de ellos los demonios con la palabra, y sanó a todos los enfermos;

17 para que se cumpliera lo que fue dicho por el profeta Isaías, que dijo: El tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias.

18 ¶ Y viendo Jesús gran multitud alrededor de sí, mandó que se fueran al otro lado del lago.

19 Y acercándose un escriba, le dijo: Maestro, te seguiré adondequiera que fueres.

20 Y Jesús le dijo: Las zorras tienen cavernas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene dónde recostar su cabeza.

21 Y otro de sus discípulos le dijo: Señor, dame licencia para que vaya primero, y entierre a mi padre.

22 Y Jesús le dijo: Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos.

23 ¶ Y entrando él en un barco, sus discípulos le siguieron.

24 Y he aquí, fue hecho en el mar un gran movimiento, que el barco se cubría de las ondas; mas él dormía.

25 Y acercándose sus discípulos, le despertaron, diciendo: Señor, sálvanos, que perecemos.

26 Y él les dice: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, despierto, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza.

27 Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?

28 ¶ Y cuando él llegó a la otra ribera, a la provincia de los gadarenos, le vinieron al encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, fieros en gran manera, que nadie podía pasar por aquel camino.

29 Y he aquí clamaron, diciendo: ¿Qué tenemos contigo, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá a molestarnos antes de tiempo?

30 Y estaba lejos de ellos un hato de muchos puercos paciendo.

31 Y los demonios le rogaron, diciendo: Si nos echas, permítenos ir a aquel hato de puercos.

32 Y les dijo: Id. Y ellos salieron, y se fueron a aquel hato de puercos; y he aquí, todo el hato de los puercos se precipitó de un despeñadero en el mar, y murieron en las aguas.

33 Y los porqueros huyeron, y viniendo a la ciudad, contaron todas las cosas, y lo que había pasado con los endemoniados.

34 Y he aquí, toda la ciudad salió a encontrar a Jesús. Y cuando le vieron, le rogaban que se fuera de sus términos.

Jesús sana a un leproso

(Mr. 1.40-45; Lc. 5.12-16)

Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente. Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció. Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie; sino ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés,(A) para testimonio a ellos.

Jesús sana al siervo de un centurión

(Lc. 7.1-10)

Entrando Jesús en Capernaum, vino a él un centurión, rogándole, y diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado. Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré. Respondió el centurión y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará. Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a este: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace. 10 Al oírlo Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe. 11 Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos;(B) 12 mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.(C) 13 Entonces Jesús dijo al centurión: Ve, y como creíste, te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella misma hora.

Jesús sana a la suegra de Pedro

(Mr. 1.29-34; Lc. 4.38-41)

14 Vino Jesús a casa de Pedro, y vio a la suegra de este postrada en cama, con fiebre. 15 Y tocó su mano, y la fiebre la dejó; y ella se levantó, y les servía. 16 Y cuando llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos; 17 para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias.(D)

Los que querían seguir a Jesús

(Lc. 9.57-62)

18 Viéndose Jesús rodeado de mucha gente, mandó pasar al otro lado. 19 Y vino un escriba y le dijo: Maestro, te seguiré adondequiera que vayas. 20 Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza. 21 Otro de sus discípulos le dijo: Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre. 22 Jesús le dijo: Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos.

Jesús calma la tempestad

(Mr. 4.35-41; Lc. 8.22-25)

23 Y entrando él en la barca, sus discípulos le siguieron. 24 Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía. 25 Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! 26 Él les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza. 27 Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es este, que aun los vientos y el mar le obedecen?

Los endemoniados gadarenos

(Mr. 5.1-20; Lc. 8.26-39)

28 Cuando llegó a la otra orilla, a la tierra de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, feroces en gran manera, tanto que nadie podía pasar por aquel camino. 29 Y clamaron diciendo: ¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo? 30 Estaba paciendo lejos de ellos un hato de muchos cerdos. 31 Y los demonios le rogaron diciendo: Si nos echas fuera, permítenos ir a aquel hato de cerdos. 32 Él les dijo: Id. Y ellos salieron, y se fueron a aquel hato de cerdos; y he aquí, todo el hato de cerdos se precipitó en el mar por un despeñadero, y perecieron en las aguas. 33 Y los que los apacentaban huyeron, y viniendo a la ciudad, contaron todas las cosas, y lo que había pasado con los endemoniados. 34 Y toda la ciudad salió al encuentro de Jesús; y cuando le vieron, le rogaron que se fuera de sus contornos.

Jesús sana a un enfermo de la piel(A)

Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguieron grandes multitudes. Un hombre que tenía una enfermedad en su piel se acercó, se arrodilló delante de él y suplicó:

—Señor, si quieres, puedes limpiarme.

Jesús extendió la mano y tocó al hombre.

—Sí, quiero —dijo—. ¡Queda limpio!

Y al instante quedó sano[a] de la enfermedad en la piel.

—Mira, no se lo digas a nadie —dijo Jesús—; solo ve, preséntate al sacerdote y lleva la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio.

La fe del centurión(B)

Al entrar Jesús en Capernaúm, se acercó a él un centurión pidiendo ayuda:

—Señor, mi siervo está postrado en casa con parálisis y sufre terriblemente.

—Iré a sanarlo —respondió Jesús.

El centurión contestó:

—Señor, no merezco que entres bajo mi techo. Pero basta con que digas una sola palabra y mi siervo quedará sano. Porque yo mismo soy un hombre sujeto a órdenes superiores y, además, tengo soldados bajo mi autoridad. Le digo a uno “ve” y va; y al otro, “ven” y viene. Le digo a mi siervo “haz esto” y lo hace.

10 Al oír esto, Jesús se asombró y dijo a quienes lo seguían:

—Les aseguro que no he encontrado en Israel a nadie que tenga tanta fe. 11 Les digo que muchos vendrán del oriente y del occidente, y participarán en el banquete con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. 12 Pero a los súbditos del reino se les echará afuera, a la oscuridad, donde habrá llanto y crujir de dientes.

13 Luego Jesús dijo al centurión:

—¡Ve! Que todo suceda tal como has creído.

Y en esa misma hora aquel siervo quedó sano.

Jesús sana a muchos enfermos(C)

14 Cuando Jesús entró en casa de Pedro, vio a la suegra de este en cama con fiebre. 15 Él le tocó la mano y la fiebre se le quitó; luego ella se levantó y comenzó a servirle.

16 Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados; con una sola palabra expulsó a los espíritus y sanó a todos los enfermos. 17 Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías:

«Él cargó con nuestras enfermedades
    y soportó nuestros dolores».[b]

Lo que cuesta seguir a Jesús(D)

18 Cuando Jesús vio a la multitud que lo rodeaba, dio la orden de pasar al otro lado del lago. 19 Se acercó un maestro de la Ley y le dijo:

—Maestro, te seguiré adondequiera que vayas.

20 —Las zorras tienen madrigueras y las aves tienen nidos —respondió Jesús—, pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza.

21 Otro discípulo pidió:

—Señor, primero déjame ir a enterrar a mi padre.

22 —Sígueme —contestó Jesús— y deja que los muertos entierren a sus muertos.

Jesús calma la tormenta(E)

23 Luego subió a la barca y sus discípulos lo siguieron. 24 De repente, se levantó en el lago una tormenta tan fuerte que las olas inundaban la barca. Pero Jesús estaba dormido. 25 Los discípulos fueron a despertarlo.

—¡Señor —gritaron—, sálvanos, que nos vamos a ahogar!

26 —Hombres de poca fe —contestó—, ¿por qué tienen tanto miedo?

Entonces se levantó, reprendió a los vientos y a las olas, y todo quedó completamente tranquilo.

27 Los discípulos no salían de su asombro y decían: «¿Qué clase de hombre es este que hasta los vientos y el mar le obedecen?».

Liberación de dos endemoniados(F)

28 Cuando Jesús llegó al otro lado, a la región de los gadarenos,[c] dos endemoniados salieron a su encuentro de entre los sepulcros. Eran tan violentos que nadie se atrevía a pasar por aquel camino. 29 De pronto, gritaron a Jesús:

—¿Por qué te entrometes, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a atormentarnos antes del tiempo señalado?

30 A cierta distancia de ellos estaba alimentándose una manada de muchos cerdos. 31 Los demonios rogaron a Jesús:

—Si nos expulsas, mándanos a la manada de cerdos.

32 —Vayan —les dijo.

Así que salieron de los hombres y entraron en los cerdos; entonces toda la manada se precipitó al lago por el despeñadero y murió en el agua. 33 Los que cuidaban los cerdos salieron huyendo al pueblo y avisaron de todo, incluso de lo que había sucedido a los endemoniados. 34 Entonces todos los del pueblo fueron al encuentro de Jesús. Y cuando lo vieron, le suplicaron que se alejara de esa región.

Footnotes

  1. 8:3 sano. Lit. limpio.
  2. 8:17 Is 53:4.
  3. 8:28 gadarenos. Var. gergesenos; otra var. gerasenos.