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Sus profetas son mentirosos y arrogantes, en busca de su propia ganancia.
    Sus sacerdotes profanan el templo al desobedecer las instrucciones de Dios.
Pero el Señor todavía está en la ciudad,
    y él no hace nada malo.
Día tras día emite justicia;
    él nunca falla.
    Pero los perversos no conocen la vergüenza.

«Yo he aniquilado a muchas naciones
    y he devastado las murallas y torres de sus fortalezas.
Las calles ahora están desiertas;
    sus ciudades quedan en ruinas silenciosas.
No quedó nadie con vida,
    ni siquiera uno.

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