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Cuando llegue ese día, el hombre mirará a su Hacedor; sus ojos contemplarán al Santo de Israel. Ya no volverá la mirada a los altares de incienso que hizo con sus manos, ni a los troncos de Asera que hizo con sus dedos.

Cuando llegue ese día, sus ciudades amuralladas serán como los frutos que quedan en los renuevos y en las ramas, que se dejaron por causa de los israelitas. Y habrá desolación.

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