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¡Oh, si tú fueras como un hermano mío,

Amamantado a los pechos de mi madre!
Entonces, hallándote fuera, te besaría,
Y no me menospreciarían.
Yo te llevaría, te introduciría en la casa de mi madre;
Tú me enseñarías,
Y yo te daría a beber vino
Adobado del mosto de mis granadas.
Su izquierda esté debajo de mi cabeza,
Y su derecha me abrace.
Os conjuro, oh doncellas de Jerusalén,
Que no despertéis ni hagáis velar al amor,
Hasta que quiera.

El poder del amor

¿Quién es ésta que sube del desierto,
Recostada sobre su amado?
Debajo de un manzano te desperté;
Allí donde tu madre te concibió;
Donde te concibió la que te dio a luz.

Ponme como un sello sobre tu corazón, como una marca sobre tu brazo;
Porque fuerte es como la muerte el amor;
Obstinados como el Seol los celos;
Sus saetas, saetas de fuego; sus llamas, llamas de JAH.
Las muchas aguas no podrán apagar el amor,
Ni lo ahogarán los ríos.
Si diese el hombre todos los bienes de su casa por este amor,
De cierto lo menospreciarían.
Tenemos una pequeña hermana,
Que no tiene pechos todavía;
¿Qué haremos a nuestra hermana
Cuando de ella se hable?
Si ella es un muro,
Edificaremos sobre él almenas de plata;
Si es una puerta,
La guarneceremos con planchas de cedro.
10 Yo soy un muro, y mis pechos como torres,
Desde que fui a sus ojos como quien ha encontrado la paz.

11 Salomón tenía una viña en Baalhamón,
Y la encomendó a los guardas,
Cada uno de los cuales debía traer mil monedas de plata por su fruto.
12 Mi viña, la que es mía, está delante de mí;
Las mil monedas serán tuyas, oh Salomón,
Y doscientas para los que guardan su fruto.

13 Oh, tú que habitas en los huertos,
Los compañeros prestan oído a tu voz;
Házmela oír.

14 Apresúrate, amado mío,
Y sé semejante al corzo, o al cervatillo,
Por las lomas de las balsameras.

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