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Nehemías vuelve a Jerusalén

Cuatro meses después, un día de abril, yo estaba sirviendo el vino al rey; y él me preguntó:

―¿Por qué estás tan triste? ¿No estarás enfermo? Tu cara revela que tienes alguna preocupación.

Hasta entonces yo siempre me había mostrado alegre delante de él. Sentí un gran temor, pero le respondí:

―¡Deseo larga vida a Su Majestad! Pero, ¿cómo no voy a estar triste, si la ciudad donde están las tumbas de mis antepasados está en ruinas, y sus puertas están quemadas?

―Bien, ¿qué podemos hacer? —preguntó el rey.

Elevé una oración al Dios del cielo pidiendo su ayuda, y le contesté al rey:

―Si agrada a Su Majestad, y si en verdad usted quiere ayudarme, envíeme a Judá, para reconstruir la ciudad de mis padres.

5-6 El rey, que tenía a la reina sentada a su lado, me preguntó cuánto tiempo duraría mi viaje y cuándo pensaba regresar. Entonces fijé una fecha para mi partida, y el rey estuvo de acuerdo. Luego añadí:

―Si Su Majestad está de acuerdo, le pido el favor de que envíe cartas para los gobernadores del otro lado del río Éufrates, para que me dejen pasar por sus países en el viaje a Judá. Y otra carta para Asaf, administrador de los bosques del rey, para que me dé madera para reparar las puertas de la fortaleza que está junto al templo, para las murallas de la ciudad, y para mi propia casa.

El rey me concedió todas estas peticiones, porque Dios me estaba prestando su benigna ayuda.

Cuando llegué a las provincias que estaban al occidente del río Éufrates, entregué las cartas del rey a los gobernadores (el rey, debo añadir, había enviado conmigo oficiales y soldados de caballería para que me protegieran). 10 Pero cuando Sambalat el horonita, y Tobías el funcionario amonita, oyeron que había alguien interesado en ayudar a los israelitas, se enojaron mucho.

Nehemías inspecciona la muralla

11-12 Tres días después de mi llegada a Jerusalén, me levanté durante la noche y salí acompañado de unos cuantos hombres. Yo no le había contado a nadie los planes que Dios había puesto en mi corazón acerca de Jerusalén. Yo iba montado en mi burro y mis acompañantes iban a pie. 13 Salimos por la puerta del Valle rumbo a la fuente del Dragón y luego a la puerta del Basurero. Inspeccioné las murallas que habían sido destruidas y las puertas que habían sido quemadas. 14-15 Seguimos hasta la puerta de la Fuente y al estanque del Rey, pero mi burro no pudo pasar a través de las ruinas. Entonces, todavía de noche, subí por el arroyo e inspeccioné la muralla; luego volví a entrar por la puerta del Valle.

16 Los funcionarios de la ciudad no supieron a dónde había ido ni qué había hecho, porque a nadie le había hablado de mis planes, ni a los jefes políticos ni a los jefes religiosos, ni a los que habían estado haciendo el trabajo.

17 Entonces les dije:

―Ustedes conocen bien el estado calamitoso de nuestra ciudad. Saben muy bien que las murallas están en ruinas y las puertas están quemadas. ¡Vamos! ¡Reedifiquemos los muros de Jerusalén y no permitamos que se sigan burlando de nosotros!

18 Entonces les hablé del deseo que Dios había puesto en mi corazón y de la conversación que había tenido con el rey, para presentarle mi plan, el cual él había aceptado. Ellos respondieron inmediatamente:

―¡Muy bien! ¡Pongámonos a reconstruir la muralla!

Y comenzaron a trabajar.

19 Pero cuando Sambalat el horonita, Tobías el funcionario amonita y Guesén el árabe se enteraron de nuestro plan, se burlaron y dijeron:

―¿Qué es lo que están haciendo? ¿Se están rebelando acaso contra el rey?

20 Pero yo les contesté:

―El Dios del cielo nos ayudará, y nosotros, sus siervos, reedificaremos los muros. Ustedes no tienen autoridad sobre nosotros, pues no tienen ninguna herencia en Jerusalén, ni hacen parte de su historia.